jueves, 4 de junio de 2009

Cuidar nuestro lenguaje, nuestras expresiones de fe.

Cuidar nuestro lenguaje, nuestras expresiones de fe…

El paso de los años se ha ido encargando de hacer lo que ninguno nosotros pretendemos cuando los hacemos, pero que al fin los terminamos haciendo y pasando a la siguiente generación: acostumbrarnos a oraciones, versículos, cantos… que, aún siendo buena y loable la costumbre, los hacemos mas por rutina, por inercia o por bonita que concienzudamente. Pongo algunos ejemplos:

No tiene sentido alguno entonar «Salves» ante el Santísimo expuesto, pues no encaja lo uno con lo otro. Tampoco tiene sentido en la celebración en honor de algún santo o en las procesiones de los mismos entonar el “Ave maría”. Eso sería tanto como colocarnos frente a una imagen de Nuestra Señora y decirle: ¡Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar!  Y Ella, seguramente, nos dirá: ¡Hijo, estás en el lugar equivocado!.

Sería también erróneo colocarnos delante de una imagen de San Isidro o cualquier otro santo y decirle o cantarle “Dios te salve María… bendito sea el fruto de tu vientre”.

Como también sería una inoportunidad y rozaría lo ilógico rezarle a la Virgen un “Padre nuestro… venga a nosotros tu reino”.

Cabe decir lo mismo cuando en algunos santuarios o ermitas se quiere “reforzar” la devoción a tal o cual imagen con el latiguillo de “imagen milagrosa”, pues no es la imagen la que es milagrosa sino el Santo, la Virgen o Cristo a quien esa imagen representa.

Nuestro lenguaje, nuestras expresiones de fe… para que sean tales expresiones de fe tienen que ser también adecuadas, no solo bonitas o que siempre se ha hecho así.