viernes, 12 de junio de 2009

San Antonio y el Niño Jesús

San Antonio y el Niño Jesús

En las estampas que representan a San Antonio se le ve contemplando al Niño Jesús o bien llevándole en sus brazos. Esto se debe a su gran devoción que tenía por el Niño Jesús a lo largo de toda su vida. A pesar de todo, hay una tradición, que explica que pocos días antes de su muerte, San Antonio tuvo una visión. Antes de irse a dormir, se le apareció el mismísimo Niño Jesús, sonriente y radiante que iluminó toda la habitación. Esta escena fue vista por un compañero de celda, el hermano Tiso que hizo propósito, a petición de San Antonio, de no contárselo a nadie, pero, una vez muerto el santo, reveló el suceso, que artistas y pintores han venido desde entonces inmortalizando en lienzos y esculturas.
Una interpretación en concordancia a la razón, nos indicaría que el Niño Jesús representado en las estampas de San Antonio es en primer lugar por la devoción ya mencionada que tuvo el santo hacia él, y por el simbolismo de pobreza que representa el Niño Jesús. Una pobreza y humildad que San Antonio llevó siempre.

El pan de San Antonio

El pan de San Antonio

 

La historia del pan de San Antonio se remonta al siguiente hecho: se cuenta que Antonio se conmovía tanto con la pobreza que, una vez, distribuyó a los pobres todo el pan del convento en que vivía.

El fray panadero se dio cuenta de que no tenían que comer y se lo fue a contar al santo lo sucedido. Él lo envió de nuevo a verificar donde los había dejado. Las cestas se desbordaban de pan, tanto, que fueron distribuidos a los frailes y a los pobres del convento.

Hasta hoy en la devoción popular el "pan de San Antonio" es colocado por los fieles en los sacos de harina, con la fe de que, así, nunca les faltará que comer.

Se dice también que estando vivo el Santo, una madre prometió donar en trigo a los pobres el peso del hijo resucitado por él. La obra del Pan de los pobres ligada al Santo solo aparece a finales del siglo XIX, época de mucha hambre en Europa, sobre todo con las asociaciones de Messina y de Tolone. Que se comprometieron en transformar en pan para los pobres las afrendas dadas al Santo.

 

jueves, 4 de junio de 2009

Cuidar nuestro lenguaje, nuestras expresiones de fe.

Cuidar nuestro lenguaje, nuestras expresiones de fe…

El paso de los años se ha ido encargando de hacer lo que ninguno nosotros pretendemos cuando los hacemos, pero que al fin los terminamos haciendo y pasando a la siguiente generación: acostumbrarnos a oraciones, versículos, cantos… que, aún siendo buena y loable la costumbre, los hacemos mas por rutina, por inercia o por bonita que concienzudamente. Pongo algunos ejemplos:

No tiene sentido alguno entonar «Salves» ante el Santísimo expuesto, pues no encaja lo uno con lo otro. Tampoco tiene sentido en la celebración en honor de algún santo o en las procesiones de los mismos entonar el “Ave maría”. Eso sería tanto como colocarnos frente a una imagen de Nuestra Señora y decirle: ¡Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar!  Y Ella, seguramente, nos dirá: ¡Hijo, estás en el lugar equivocado!.

Sería también erróneo colocarnos delante de una imagen de San Isidro o cualquier otro santo y decirle o cantarle “Dios te salve María… bendito sea el fruto de tu vientre”.

Como también sería una inoportunidad y rozaría lo ilógico rezarle a la Virgen un “Padre nuestro… venga a nosotros tu reino”.

Cabe decir lo mismo cuando en algunos santuarios o ermitas se quiere “reforzar” la devoción a tal o cual imagen con el latiguillo de “imagen milagrosa”, pues no es la imagen la que es milagrosa sino el Santo, la Virgen o Cristo a quien esa imagen representa.

Nuestro lenguaje, nuestras expresiones de fe… para que sean tales expresiones de fe tienen que ser también adecuadas, no solo bonitas o que siempre se ha hecho así.

martes, 2 de junio de 2009

En orden a la Exposición del Santísimo

En orden a la Exposición del Santísimo

SABÍA USTED QUE ...

1. En la Instrucción «Eucharisticum Mysterium», del 13 de abril de 1967, en el número 66 «Se prohíbe la Exposición tenida únicamente para dar la bendición después de la Misa». Se recomienda en el mismo número (parágrafo anterior) que «Aun las Exposiciones breves del Santísimo Sacramento, tenidas según las normas del derecho, deben ordenarse de tal manera que antes de la bendición con el Santísimo Sacramento, según la oportunidad, se dedique un tiempo conveniente a la lectura de la Palabra de Dios, a los cánticos, a las preces y a la oración en silencio prolongada durante algún tiempo.

2. Para manifestar con claridad la relación con la Eucaristía celebrada o Misa, la Exposición se hace inmediatamente después de haber distribuido la Comunión de los fieles. Luego se inciensa el Santísimo, viene la oración después de la Comunión y no se da bendición de ninguna clase ni se despide a la Asamblea con el «Pueden ir en paz». Se podría concluir con el «Bendigamos al Señor», y la Asamblea respondería «Demos gracias a Dios», sin signación alguna, pues se trata de una bendición ascendente.

3. El Rosario en honor de la Santísima Virgen María, «cuando se reza con el sentido Cristológico que le es propio, recitándolo en un clima meditativo-orante, y cuando su rezo ayuda a adquirir una mayor estima del misterio eucarístico, sería inaceptable prohibirlo». Según esto, se puede rezar el Rosario, de vez en cuando, (y no siempre), ante el Santísimo expuesto sobre el altar, con tal que el enunciado de cada misterio se haga en forma más amplia, por ejemplo con alguna lectura bíblica escogida con anticipación. El Rosario, tal como lo conocemos, con un carácter eminentemente Mariano, con el simple enunciado del misterio nada más, no es conveniente recitarlo ni se debería recitar durante una Exposición del Santísimo. Mejor favorecer el silencio y la meditación, pues se trata de un ejercicio de piedad que no se puede integrar dentro de una acción litúrgica; en este caso, de la prolongación de una acción litúrgica. (Para mejor y mayor información, consultar la respuesta de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos – Boletín «Actualidad Litúrgica», Nº 39, página 10).

Por la misma razón expuesta no tiene sentido alguno entonar «Salves» ante el Santísimo expuesto, entre misterio y misterio del Rosario, pues no encaja lo uno con lo otro. Eso sería tanto como colocarnos frente a una imagen de Nuestra Señora y decirle: ¡Bendito y alabado sea Jesús en el Santísimo Sacramento del altar! Y Ella, seguramente, nos dirá: ¡Hijo, estás en el lugar equivocado!

4. Delante del Santísimo Sacramento, sea que esté en el sagrario como reserva, sea que esté expuesto para la adoración pública, se hará sólo genuflexión simple. (La Sagrada Comunión y el Culto del Misterio Eucarístico fuera de la Misa, del 21 de junio de 1973, Nº 110). De este modo, y desde esa época quedó abolida la genuflexión doble.

5. En la Exposición del Santísimo Sacramento con la custodia, se encenderán cuatro o seis cirios, es decir, cuantos haya en la Misa, y se empleará incienso. En la Exposición con el copón, se encenderán al menos dos cirios y puede usarse incienso (Ibidem, Nº 111).

6. En el Ritual mencionado no aparece por ninguna parte el versículo que tradicionalmente se ha cantado antes de la oración: «Les diste, Señor, el pan del cielo». Por consiguiente está abolido y no hay necesidad de cantarlo ni de rezarlo, como antes de hacía. Según eso, inmediatamente después del canto se entona una de las 10 Oraciones que allí se encuentran.

7. La Exposición del Santísimo concluye con la Bendición del mismo; por consiguiente, resulta ser un duplicado o doblaje de la Exposición, o mejor, con esto se estaría volviendo de nuevo a la Exposición que ya ha concluido. Sobra, por lo tanto, arrodillarse ante el Santísimo después de la Bendición para recitar las conocidas preces de alabanza (que tampoco aparecen en el Ritual del «Culto Eucarístico fuera de Misa»).

Lo mejor sería, si se quiere, recitar dichas preces («Bendito sea Dios. Bendito sea su santo nombre», etc.) antes de la oración; enseguida se da la bendición, se retira el viril o píxide y se lleva al lugar de la reserva o sagrario. La Asamblea se pone de pie y se entona un canto de acción de gracias o de alabanza. O si se prefiere, esas preces irían muy bien después de la bendición durante el tiempo del traslado del viril con la hostia consagrada al sagrario.

8. El Ritual del cual venimos hablando ofrece diez (10) oraciones para emplear antes de dar la Bendición con el Santísimo. Se hace urgente corregir la primera de todas, pues contiene un grave error teológico, a tal punto que es una oración Patripasiana (herejía patripasiana que confunde el Padre con el Hijo), porque no es el Padre Dios quien sufrió voluntariamente la Pasión, sino su Hijo Jesucristo. Tal como está, viene dirigida a Dios Padre. Hay que corregirla de inmediato, así:

1. Señor nuestro Jesucristo,

que en este Sacramento admirable

nos dejaste el Memorial de tu Pasión;

concédenos venerar de tal modo

los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu Sangre,

que experimentemos constantemente en nosotros

el fruto de tu redención.

Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos.

Todos responden:

Amén.

Igualmente se transcriben las otras nueve para conocer su rico contenido y poderlas emplear en su momento y, de este modo, salir siempre de la primera.

2. Dios, Padre omnipotente,

concédenos sacar el efecto

de nuestra perpetua salvación

de esta fuente divina que es Jesucristo,

nacido por nosotros de la Virgen María,

glorificado en la cruz de su Pasión,

a quien creemos y proclamamos realmente presente

en este Sacramento.

Por Cristo nuestro Señor.

3. Padre celestial,

concédenos celebrar con alabanzas a Cristo,

nuestro Cordero Pascual,

muerto por nosotros en la Cruz

y presente en este Sacramento;

para que terminada nuestra peregrinación

en la tierra

merezcamos contemplarlo

cara a cara en la gloria del cielo.

Por Cristo nuestro Señor.

4. Padre celestial,

Tú que nos diste el verdadero Pan bajado del cielo

concédenos que,

fortalecidos por la eficacia

de este Alimento espiritual,

vivamos siempre en ti y para ti

y que al final de nuestra vida

resucitemos para la gloria sin fin.

Por Cristo nuestro Señor.

5. Padre de infinita bondad,

ilumina nuestros corazones con la luz de la fe

y enciende en ellos el fuego del Amor,

para que quienes reconocemos a Cristo,

Dios y Señor nuestro,

realmente presente en este Sacramento,

lo adoremos con fe en espíritu y en verdad.

Por Cristo nuestro Señor.

6. Padre misericordioso,

concédenos que el Sacramento

por el cual te dignaste renovarnos

llene nuestros corazones con la dulzura de tu amor

y nos permita aspirar a poseer

los inefables tesoros de tu Reino.

Por Cristo nuestro Señor.

7. Dios y Señor nuestro,

que por el Misterio Pascual de Cristo

has querido realizar la redención de los hombres;

al venerar este misterio de nuestra salvación,

te pedimos que conserves en nosotros

los dones de tu amor,

y nos concedas participar plenamente

en los frutos de la redención.

Por Cristo nuestro Señor.

8. Padre celestial,

concédenos celebrar con alabanzas

a Cristo, nuestro Cordero Pascual,

muerto por nosotros en la Cruz

y ahora oculto en este Sacramento

bajo la especie de Pan

para que terminada nuestra peregrinación

en la tierra,

merezcamos contemplarlo a Él mismo

cara a cara en la gloria.

Por Cristo nuestro Señor.

9. Padre misericordioso,

concédenos que el Sacramento de la Eucaristía,

Memorial de nuestra Redención,

Llene nuestros corazones con la dulzura de tu Amor

Y nos permita aspirar a poseer

los inefables tesoros de tu Reino.

Por Cristo nuestro Señor.

10. Padre celestial,

en tu designio salvífico

has querido realizar la redención de los hombres

por medio del Misterio Pascual de Cristo;

concede misericordioso

a quienes anunciamos la Muerte

y Resurrección del Señor

bajo estos signos sacramentales,

que experimentemos un aumento constante

de redención.

Por Cristo nuestro Señor.

EL CULTO A LA EUCARISTÍA y origen de la fiesta del CORPUS

EL CULTO A LA EUCARISTÍA y origen de la fiesta del CORPUS

Artículo publicado por Antonio Marín Sánchez

A finales del siglo XII se apoderó de la cristiandad occidental el ansia de ver, contemplar y adorar la hostia consagrada. Este deseo surgió como reacción a las ya condenadas doctrinas de Berengario y los cátaro-albigenses que, de una forma u otra negaban la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Posteriormente, hacia el año 1212, Odón, obispo de París, emitió un decreto ordenando la elevación de la Sagrada Forma, tras las palabras de la consagración, para que fuera adorada por los fieles. Este decreto no hizo otra cosa que sancionar una costumbre ya existente pero ayudó a difundirla.

El liturgista alemán Mayer (1926) escribe: “Quien había contemplado la Hostia se encontraba externamente satisfecho e internamente justificado. Se llegó incluso a la aberración de que muchos, una vez saciado este irreprimible deseo abandonasen la misa, o que un grupo de exaltados entablasen proceso a un párroco porque les había señalado en el templo un sitio desde el que no se podía contemplar el rito de la elevación”.

Como consecuencia de querer ver las especies consagradas se fue introduciendo la costumbre de exponer y adorar el sacramento sobre los altares fuera de la misa.

La reserva de la eucaristía, concebida anteriormente como exclusiva necesidad para atender a enfermos y moribundos, se consideró ahora como un fin en sí misma, siempre en el lugar más digno y visible del templo, en el altar mayor, sirviendo como acicate al entusiasmo religioso y como fuente inextinguible de unión subjetiva entre Dios y el individuo.

Es fácil comprender que, desde entonces, se sucedieran con inusitada rapidez nuevas formas de culto litúrgico eucarístico. a) En 1264, el Papa Urbano IV instituye la fiesta del Corpus Christi. b) En 1279, se celebró en Roma la primera procesión pública con el Santísimo. c) En 1395, se introdujo la exposición permanente del Santísimo.

Esta “exposición” de la Hostia Consagrada se institucionalizó y se difundió universalmente a través de la devoción llamada de las “Cuarenta Horas”, uno de los ritos eucarísticos más populares de la Contrarreforma católica.

Esta liturgia provenía de una remota ceremonia consistente en que una de las formas consagradas en la misa del Jueves Santo, una vez finalizada la liturgia del Viernes, era llevada solemnemente, en procesión, a un altar o sitio dentro de la iglesia, al que se designaba con el nombre de sepulcro (Monumento). Este sepulcro era velado durante las cuarenta horas que se pensaba que Cristo había permanecido sepultado. En la alborada del Domingo de Pascua se sacaba la Sagrada Forma del sepulcro, devolviéndola al altar mayor donde era presentada al pueblo y con este rito se simbolizaba la resurrección

Este peculiar rito de la exposición de las Cuarenta Horas se difundió ampliamente a partir del siglo XVI por motivos de devoción, de reparación, de plegaria y otros fines o celebraciones diversas.

El papa Clemente VIII (1592 – 1605) relacionó esta piadosa costumbre con el Carnaval y la Cuaresma. El ejercicio de las Cuarenta horas comenzaba el domingo de Carnaval, con fines expiatorios, en la capilla papal e iba rotando de iglesia en iglesia durante toda la Cuaresma, de modo que se convirtió en una exposición permanente. Las distintas iglesias de Roma rivalizaban en levantar grandes aparatos escenográficos donde el Santísimo era expuesto en medio de nubes, ángeles y otras figuras alegóricas y todo el conjunto iluminado por centenares de cirios. Quizás el templo donde se erigieron los “apparati” más espectaculares fue el de los jesuitas, es decir, el Gesú.

La devoción al Santísimo y a las Cuarenta Horas se propagó rápidamente por todo el mundo católico, incluida naturalmente España. Su celebración ha dado lugar a las grandes fiestas y procesiones del Corpus. La producción artística, monumental, musical, literaria (Autos sacramentales) son incalculables, como las artísticas y riquísimas “custodias” y “torrecillas” que actualmente se exhiben en los museos. Merece especial mención la incomparable custodia-torrecilla de Arfe en la Catedral de Toledo. Son muchas las Ordenes Religiosas, iglesias, conventos y otras instituciones que se acogen a esta devoción del Santísimo Sacramento.

El Concilio de Trento coadyuvó, de forma definitiva, al afianzamiento y expansión del misterio Eucarístico. Este concilio condenó con severa energía la herejía de Zwinglio, que negaba la presencia de Cristo en la Eucaristía y también condenó como erróneas las opiniones de Lutero y Calvino sobre el carácter sacrificial de la misa, el sacerdocio de Cristo y el sacerdocio institucional y jerárquico dentro de la Iglesia.

La exaltación gráfica, escultórica y monumental del tema eucarístico en España fue abundante y significativa. Tenemos como ejemplos el Transparente de la catedral de Toledo, el Sagrario de la Cartuja del Paular y, en Granada, el sagrario de la Cartuja situado tras el altar mayor. En estos y otros monumentos eucarísticos, como afirmaba el jesuita Richoeme en 1601, aparecen “cosas y acciones muy notables de la Ley Natural y de la Ley Mosaica que sirven para demostrar, como prefiguraciones, la institución definitiva del Santo Sacrificio y del sacramento del Cuerpo y la Sangre de Cristo”.

En algunas catedrales, colegiatas o iglesias mayores se construyeron o habilitaron las capillas más ricas y amplias para la instalación de los “Sagrarios” destinadas a la reserva y culto del Santísimo.

En Andalucía, a partir del siglo XV, se construyeron iglesias anejas a la catedral denominadas “Sagrario” y que funcionan como parroquias de dicha catedral.